Una vez más viajamos al sombrío, espectral, monocromo y complejo mundo de Thom Browne, y esta vez nos llevó a reposar en una casa de té en medio de un campo rodeado de espantapájaros con kimonos, en el que cada cierto tiempo, las sombras de los halcones persiguiendo gorriones se vieron por el suelo. Con sombrerería escultórica y a un ritmo casi que glacial, unas geishas se movían alrededor de la habitación, liberando a los espantapájaros de sus kimonos, revelando así conjuntos llenos de diseño que no paraban de superar la complejidad.
Los modelos con su piel blanca, labios negros, cabello engominado y diminutas gafas oscuras, se parecían a los esfuerzos de un científico loco para crear una raza superior en una antigua película, o tal vez un distante David Bowie en blanco y negro, en The Hunger.
En esta ocasión, Browne parece preferir usar a estos "autómatas pasivos" como perchas para sus diseños, mientras que una decisión de este tipo sin duda destaca la preciosidad de otro de su trabajo, donde como siempre se podría esperar ver que en este mundo, la vida, la respiración y la ondulación crean moda y glamour, junto con el movimiento.