"Yo quería que fuera creíble, tangible, suave" decía Sarah Burton al justificar el hecho de haber desaparecido los tocados que cubrían la cara, los corsés acorazados y los zapatos de plataforma que hacían ir cojeando a las modelos, desde que asumió el cargo de director creativo de la casa del difunto Alexander McQueen. Las modelos estaban vestidas con los que eran los diseños más bonitos y más personales que habíamos visto en la firma de moda, pero hasta cierto punto los hermosos vestidos con sus volantes en cascada a través del cuerpo y las caída de los hombros hablan por sí mismos. sumando la paleta de color rosa pálido, los dibujos esparcidos de flores, el algodón virgen, el encaje, y la sastrería, permitían que los atónitos visitantes a esta pasarela, examinaran su extraordinario detalle, hasta los puntos más finos de los tejidos, los zuecos de madera pintados, y el bordado que rayaba a nivel de la alta costura.
Por otro lado, estaba la ligereza etérea, la sastrería inteligente y diseños elaborados, que comunicaron una nueva y relajada participación de la firma McQueen en la temporada; sin dejar de mencionar que llevaron a París, la historia de una romántica y glamorosa Londres que Burton quiso dar a conocer.