Los tiempos y las exigencias de la industria han cambiado los mecanismos fashionistas
No, André Leon Talley no se ha comido a ningún niño. Lo que esconde bajo sus capas de Ralph Rucci es un talento desbordante y una visión certera sobre lo que ellas desean. "¡Estoy hambriento de belleza!", solía repetir cuando era mandamás de la edición estadounidense de Vogue. Desde 2010 es colaborador, así que ahora lleva una vida más tranquila y ya no manda tanto. Pero nunca se ha comido a nadie. Tampoco su jefa, Anna Wintour, que en el documental 'The September Issue'lanzaba la idea de que en la sociedad existe la percepción generalizada de que la moda es algo excluyente. "Hay gente a la que le asusta, se siente insegura y la echa por tierra", disparaba. Sin embargo, como Leon Talley, la moda es inofensiva. Entonces, ¿por qué temerla? ¿Acaso molesta? ¿Por qué hay quienes se empeñan en denigrarla tal y como está concebida?1. No falta quienes reclaman un cambio de discurso, una manera diferente de articular su lenguaje. Algunos se escudan en argumentarios populistas, que se mueven en terrenos de fantasía y ficción. La periodista Fiona Duncan firmaba la semana pasada una auténtica fatwa contra la supuesta falta de concepción crítica que impera en el sector. En el artículo How to Write About Dressing Well: The Truth About Fashion Criticism, publicado en Bullet Magazine, hacía suyas unas declaraciones de Sarah Nicole Prickett, editora de estilo del Toronto Standard, en las que defendía que "estamos en la era de la moda por la moda". No sabemos qué hay de reprobable en eso (ya saben, la máxima dadaísta del arte por el arte). Y añadía que las prendas que se hacen "son meras copias que no comunican nada y buscan la autocomplacencia". En la obra 'Fashion Now 2', los responsables de la firma Stüssy, aseguran que su trabajo como diseñadores se puede resumir en hacer remixing. Tan lógico que nadie se lleva las manos a la cabeza. Y que nosotros sepamos la historia de la moda es justo eso, y nunca ha pretendido ser nada más. Resulta pueril que a estas alturas haya que escandalizarse por el hecho de que no prime una finalidad social, revolucionaria o de insondable calado artístico.
2. Es absurdo juzgar esta industria basándonos en criterios que no le son propios. No podemos permitirnos distorsiones tales, que confunden a la sociedad y desmoralizan a los sufridos modistas. Como afirma Duncan, "la moda puede ser arte". Claro que puede serlo. Y que una modesta firma de ropa cuadre las cuentas al final de un ejercicio también puede ser un arte, así como conseguir que muchas jóvenes promesas recién formadas no acaben tirando la toalla al ver la que se les avecina. Hay veces que sacar pecho se convierte, más que una opción, en una obligación. Y estar todo el día hablando de lo trascendental que resulta elegir uno u otro tejido, o teorizar sobre las implicaciones introspectivas de la labor de un creador es hacer trampas. Y una falta de respeto. Teniendo en cuenta los calendarios de vértigo que manejamos y las presiones a las que se somete a los diseñadores, es injusto obligarlos a que además sean siempre artistas. No se pueden valorar sus colecciones de la misma manera que se analiza el periodo azul de Picasso.
3. Por eso no debería extrañarnos la percepción que se tiene fuera de los circuitos del sector y que tan bien describía Wintour en el documental que mencionamos. Quizás, fijando los ojos en semejante deformación de la realidad encontremos la respuesta. Parece que Duncan no se ha dado cuenta de que esto no es la magdalena de Proust o que Anna Piaggi sólo existió una vez. Además,Balenciaga hace mucho que está en el otro barrio. Afortunadamente, el legado de nuestro modisto más universal está más que preservado en el museo que lleva su nombre, así como por las fantásticas iniciativas que planea el equipo comandado por la historiadora Miren Arzalluz. Fue un tiempo maravilloso, en el que sus clientas pagaban millones de pesetas por vestidos incontestables y que hoy todos tenemos la suerte de poder admirar. Pocos sectores profesionales pueden estar más agradecidos de poder contar con padres putativos de tanto prestigio y que tanto respeto merecen. Pero estos análisis se deben hacer siempre a posteriori, personificados en la labor del historiador (que para eso está). Es ofensivo exigir a los profesionales de la moda y los periodistas que ejercen en ella ese plus vacuo, que flota en etiquetas falsamente sesudas.
4. La moda es un principio económico de primer orden, es útil y además entretiene. Ahí es nada. Y si alguien necesita adornar esta idea con palabros tramposos y parches de contenido nulo estará incurriendo en uno de los juegos más innecesarios que existen: tocar las narices. El bálsamo de Fierabrás no existe, así que no pretendamos lo imposible. No hay nada reprobable en pertenecer a un sector que da trabajo a millones de personas, mantiene engrasadas nuestras economías y vivas las calles gracias a las tiendas. Tampoco existe nada censurable en reconocer que dos de las empresas más importantes en nuestro país son de moda. A lo mejor es eso lo que asusta.
5. Numerosas capitales de todo el mundo celebran este mes la Vogue Fashion's Night Out, una cita que cada año nos recuerda el motor económico que supone la moda en general, y el músculo de los comercios en particular. Hacemos nuestras las palabras de Anna Dello Russo, la mujer-espectáculo, en las páginas de SModa: "La realidad es ya demasiado descarnada y ésta, sin duda, es la mejor vía de escape". ¿Alguien podría mencionar un sólo evento que demostrara tener un poder de convocatoria semejante al de la VFNO? ¿Hay algo que consiga paralizar las arterias más importantes de Madrid hasta la medianoche? El fútbol y los acontecimientos deportivos quizás, pero nada más. Al igual que éstos, hablamos de una expresión popular, millonaria e influyente. Tanto, que basándonos en la pirámide de Maslow, desde las grandes cabeceras se ha pretendido consolidar aquello en lo que la editora Diana Vreeland puso tanto empeño: no dar a la gente lo que desea, sino ofrecerle lo que aún no sabe que quiere. Así que no hay nada que temer y sí mucho que celebrar. Celebrar, por ejemplo, que cuando estos jinetes del Apocalípsis aparecen en escena la moda se vuelve antropófaga. Y tremendamente resolutiva.
Por Iñaki Laguardia
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